La reciente cascada de políticos pillados inflando sus trayectorias académicas ha revelado una preocupante tendencia a anteponer la imagen de liquidez y preparación ante la realidad. La dimisión de la exdirigente popular Noelia Núñez, tras descubrirse que mantenía tres versiones falsas de su formación en diferentes webs, ha desencadenado una riada de casos similares en un verano que prometía tranquilidad política. Pero, ¿qué hay detrás de esta necesidad de aparentar?
En primer lugar, hay que tener en cuenta el contexto social, cultural y profesional en el que nos encontramos. En la actualidad, existe una creciente presión por parte de la sociedad para que los políticos cuenten con una sólida formación académica. Aunque en teoría no es un requisito imprescindible para ejercer un cargo político, en la práctica se ha convertido en una expectativa cada vez más presente. Este mandato, que en algunos casos puede resultar excesivo, lleva a muchos políticos a inflar sus currículums para demostrar su preparación y solventar así la presión social a la que están expuestos.
Sin embargo, anteponer la imagen de competencia y preparación a la realidad es un grave error. Como menciona el sociólogo de la educación y profesor de la Universitat de Girona, Óscar Prieto-Flores, «hay una línea roja que no se puede cruzar. No puede ser que nos mientan, porque eso significa que el sistema se ha roto». Los políticos son figuras públicas y su deber es ser transparentes y veraces en todo momento, ya que son ellos quienes nos representan y toman decisiones en nuestro nombre.
La reciente oleada de dimisiones por falsificación de méritos académicos demuestra que esta presión por aparentar y sobresalir por encima de la realidad no es exclusiva de la clase política. Casos como el del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, que abandonó sus estudios en Harvard, o el del cantante Enrique Iglesias, que aseguraba tener una carrera universitaria que nunca terminó, son solo algunos ejemplos de cómo esta tendencia de «postureo» se ha extendido a otros ámbitos de la sociedad.
Sin embargo, como menciona Guillermo Fauce, doctor en Psicología y docente de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), «hay una diferencia entre intentar presentarse de la mejor manera posible y mentir descaradamente sobre nuestras capacidades y formación». La necesidad de destacar y demostrar nuestro valor es comprensible, pero no a costa de la realidad.
Además, la falta de verdad en el ámbito político puede tener graves consecuencias en la confianza y fiabilidad del sistema democrático. El filósofo Arash Arjomandi hace referencia al concepto de «banalidad de la paparrucha» acuñado por Hannah Arendt, que se refiere a cómo la paparrucha puede convertirse en algo normal y aceptado por la sociedad si se permite que se repita constantemente. En este sentido, la falta de verdad en los políticos puede sentar un peligroso precedente en el que la paparrucha se convierta en algo común y aceptable.
Por tanto, es fundamental que se establezcan mecanismos de control y transparencia para evitar casos como los que estamos presenciando. Como destaca el profesor Sergio García Magariño, de la Universidad Pública de Navarra, «en un mundo en el que la realidad parece haber perdido su importancia, es fundamental que existan formas de corroborar la verdad de los títulos que se presentan». Esto no solo garantizaría la honestidad de los políticos, sino que también enviaría un mensaje claro a la sociedad de que la realidad es un valor esencial en nuestro sistema democrático.
Por último, cabe plantearse si es realmente necesario exigir títulos universitarios o una determin